El pensamiento cristiano más básico se fundamentó esencialmente en los pensamientos de filósofos griegos como Platón y Aristóteles sobre la consideración de que Dios otorgó a cada criatura creada una existencia y un papel en el mundo con esencia única.
Con este método de asignación de categorías se consideraba que «el orden es superior al desorden«, por lo tanto la Creación de los seres tenían que llevarse a cabo de la misma manera; siendo así los objetos inanimados los menos importantes o valiosos seguidos de aquellos con vida pero inanimados, para continuar con los invertebrados, los vertebrados y finalmente el hombre, el cual llevaría implícita la máxima importancia a la hora de su Creación.
Esta jerarquía era conocida como La Gran Cadena del Ser o Scala Naturae (merecedora de una más profunda mención en Mentes Curiosas) y el cristianismo se aferró a ella de manera absoluta para asentar sus primeras bases.
Esta sencilla idea de que los objetos ocupan la menor importancia y que el hombre ocupa el extremo contrario (pues posee espíritu) se aplicó y difundió hasta bien pasada la Edad Media, época en la que el Providencialismo establecía que la forma «correcta» de comportamiento era la que no transgredía esta escala.
Se consideraba que el Ser era Dios y, por debajo de él estaban los ángeles y después los demonios. Por debajo de estos se encontraría el hombre, seguido (qué raro) de la mujer y los animales. Los rangos más bajos de la jerarquía serían ocupados por la plantas y los minerales; tal y como muestra la imagen.
Según el cristianismo, manetener dicho orden era algo fundamental para no entrar en un estado de caos y desorden. Transgredir con acciones (incluso verbales) para interrumpir el orden Divino establecido podía llevar a una persona a ser señalada, juzgada o incluso condenada con la muerte.
Esta jerarquía ha sido reflejada en muchas obras literarias de la época. Las tragedias de personajes como Hamlet, por ejemplo, reflejan una dificultad de elección, pues obecer a lo que su padre le ordena, suponía ser lo correcto, lo establecido; pero esa orden implicaba hacer algo contra otra autoridad que estaría por encima del padre: el rey. Mas atentar contra este significaría transgredir esta jerarquía, interrumpir el orden de las cosas y ser condenado.