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¿ChatGPT nos hace más tontos? Un estudio del MIT reabre el debate sobre cómo usamos la IA

El Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) acaba de poner cifras a una preocupación que muchos docentes, psicólogos y profesionales ya intuían: usar ChatGPT puede mejorar la productividad, pero también puede “apagar” parte de la actividad cerebral si se utiliza de forma pasiva. No se trata de un titular alarmista, sino de las conclusiones de un estudio con escáneres cerebrales que apunta a caídas de casi un 50 % en la implicación neuronal cuando las personas delegan demasiado el esfuerzo cognitivo en la IA.

La investigación, todavía en fase temprana, analizó durante varios meses cómo cambiaba la actividad cerebral de distintos grupos de usuarios mientras escribían con y sin ayuda de ChatGPT. Y los resultados son, como mínimo, incómodos para quienes ven la IA solo como un acelerador neutro de productividad.


Menos memoria, menos conexión… y textos “correctos pero sin alma”

En el experimento, los participantes debían redactar textos en distintas condiciones: unos lo hacían sin IA, otros con el apoyo constante de ChatGPT y un tercer grupo combinaba ambos enfoques.

Los datos que se han difundido son llamativos:

Los educadores que evaluaron los textos detectaron otra señal: los escritos generados con apoyo de IA eran técnicamente correctos, pero a menudo descritos como “robóticos”, “carentes de profundidad” o “sin voz propia”. Es decir, la forma mejoraba, pero el fondo se resentía.


La gran paradoja: más rápido, pero pensando menos

El estudio del MIT pone números a una paradoja que muchos profesionales ya perciben en su día a día:

Desde fuera, los resultados pueden parecer brillantes: más textos, más informes, más respuestas en menos tiempo. Pero bajo el escáner, el cerebro trabaja menos, se implica menos y consolida menos aprendizaje. La productividad sube, pero la calidad del pensamiento puede bajar.

El grupo con mejor desempeño fue precisamente el que empezó escribiendo sin IA y la incorporó después como apoyo. Es decir: primero pensar, luego pedir ayuda a la máquina para revisar, matizar o enriquecer, no al revés.


La IA como muleta cognitiva: útil, pero peligrosa si se abusa

Los neurocientíficos llevan años estudiando el fenómeno del “cognitive offloading”: cuando delegamos en dispositivos externos tareas que antes hacía nuestro cerebro (recordar teléfonos, orientarse sin GPS, hacer cálculos mentales…). La IA generativa lleva este fenómeno a otro nivel: ya no delegamos solo la memoria, sino parte del razonamiento y la escritura.

El riesgo no es tanto que ChatGPT “nos vuelva tontos”, sino que nos acostumbremos a no pensar:

El estudio del MIT sugiere que esta dependencia puede dejar huella medible en la actividad cerebral y en la memoria a corto plazo, al menos en el contexto de las tareas analizadas.


No es demonizar la IA: es aprender a usarla bien

La conclusión no es “dejemos de usar ChatGPT”, del mismo modo que el GPS no nos obliga a tirar los mapas. El mensaje es más matizado: la forma de usar la IA es la que marca la diferencia.

Los propios datos del estudio apuntan a un patrón saludable: quienes primero trabajaron sin IA y después la incorporaron como apoyo mantuvieron mejor memoria, mayor actividad cerebral y mejores resultados globales.

Aplicado a la práctica diaria, esto se traduce en algunas pautas sencillas:


El ángulo energético: un cerebro biológico frente a granjas de GPU

Más allá de lo cognitivo, varios expertos recuerdan un dato incómodo: desde el punto de vista energético, se está sustituyendo un sistema hiper eficiente —el cerebro humano, fruto de millones de años de evolución— por infraestructuras de IA que consumen enormes cantidades de energía eléctrica y recursos materiales.

Si, además, el uso cotidiano de la IA lleva a que el cerebro “trabaje menos”, la ecuación se vuelve paradójica: gastamos más energía fuera del cuerpo para pensar menos dentro de la cabeza. De ahí que muchos insistan en que la IA debe verse como una herramienta para amplificar capacidades humanas, no para desentenderse del esfuerzo mental.


Qué está en juego: educación, trabajo y autonomía intelectual

El estudio del MIT llega en un momento en el que escuelas, universidades y empresas están integrando ChatGPT y herramientas similares en procesos clave: desde trabajos académicos hasta informes corporativos o análisis de datos.

Si la IA se usa de forma acrítica y automatizada, el riesgo es claro:

Si se usa de forma intencional y bien diseñada, el panorama cambia:

El trabajo del MIT, en definitiva, no es una sentencia contra ChatGPT, sino una advertencia clara: la línea entre “pensar con IA” y “dejar de pensar porque hay IA” es más fina de lo que parece.


Preguntas frecuentes sobre IA y actividad cerebral

¿Significa este estudio del MIT que usar ChatGPT es malo para el cerebro?
No necesariamente. Lo que apunta el estudio es que un uso intensivo y pasivo —delegando casi todo el esfuerzo en la IA— se asocia a menor actividad cerebral y peor memoria inmediata. Usado como apoyo, y no como sustituto del pensamiento, puede ser una herramienta muy útil.

¿Cómo puedo usar ChatGPT para aprender sin dejar de pensar?
La clave es no empezar por la IA. Es preferible elaborar primero tus ideas, esquema o respuesta y luego usar ChatGPT para mejorar, refinar, criticar o ampliar. También ayuda pedir explicaciones paso a paso en lugar de limitarse a “hazme el trabajo”.

¿Deberían las escuelas limitar el uso de IA generativa?
Más que prohibirla, muchos expertos hablan de alfabetización en IA: enseñar cuándo usarla, cómo citarla, cómo contrastar la información y cómo evitar que sustituya el aprendizaje real. El objetivo es formar personas que sepan pensar con IA, no a pesar de ella.

¿Puede la IA mejorar realmente nuestra forma de pensar?
Sí, si se usa como herramienta de reflexión: para contrastar ideas, explorar contraargumentos, simular otros puntos de vista o estructurar mejor un razonamiento complejo. Pero para eso es imprescindible mantener una actitud activa y crítica, no conformarse con la primera respuesta.

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