Richard Branson no es un CEO convencional. Es, probablemente, el directivo más impredecible y audaz del mundo empresarial. Pero no es cualquier tipo de loco: es el tipo de loco que transforma un contratiempo en una oportunidad de negocio.
Su historia comienza con un fracaso temprano. A los 15 años, Branson abandonó la escuela tras escuchar a su director decirle una frase profética:
“O acabarás en la cárcel o serás millonario”.
Y acertó en la segunda opción.
Branson lanzó su primera revista, Student, que no le dio fortuna, pero le enseñó la importancia de un concepto clave: Atención = Influencia. Poco después, empezó a vender discos por correo, desafiando a las grandes tiendas al ofrecer precios más bajos y apostar por artistas que nadie quería.
Así nació Virgin Records, una compañía que pronto facturaba más de 50 millones de dólares al año.
El nacimiento de Virgin Atlantic: cuando la creatividad no conoce límites
La historia más emblemática de Branson ocurrió cuando un vuelo cancelado amenazó con arruinar una visita a su novia. En vez de lamentarse, alquiló un avión, escribió en una pizarra “Virgin Airlines” y vendió asientos por 39 dólares. Fue el nacimiento de Virgin Atlantic, una aerolínea que revolucionó el sector con innovaciones como las primeras pantallas en los asientos, helado y champán gratis a bordo.
British Airways no pudo soportar el éxito y respondió hackeando los sistemas de Virgin, sobornando periodistas y difundiendo rumores falsos. Branson los llevó a juicio, ganó la demanda y repartió el dinero entre sus empleados.
La mentalidad Virgin: delegar para crecer
En lugar de frenar, Branson aceleró. Fundó Virgin Mobile, Virgin Hotels y Virgin Galactic, la empresa con la que él mismo voló hasta el borde del espacio en su propio cohete.
Su secreto no está en el control obsesivo, sino en saber delegar y rodearse de personas más inteligentes que él, dándoles libertad para actuar. Donde otros emprendedores caen en la trampa de querer controlar todo, Branson entendió que el verdadero poder radica en confiar y soltar.
Hoy, el imperio Virgin incluye más de 400 empresas y demuestra que la diferencia entre dirigir una compañía y construir un imperio no es la genialidad, sino la valentía de atreverse, de no temer al error y de entender que, a veces, la mejor respuesta es la más loca.