La escena podría salir de una novela de ciencia ficción: un chip ultrafino colocado entre el cráneo y el cerebro, capaz de enviar en tiempo real lo que estás viendo, sintiendo o intentando mover… directamente a un ordenador o a una IA.
Solo que esta vez no es ficción. Es BISC, una nueva generación de interfaz cerebro–ordenador desarrollada por equipos de Columbia, Stanford y la Universidad de Pensilvania, entre otros, y presentada recientemente en una revista científica de alto nivel.
No “lee la mente” al estilo de las películas, pero sí abre una puerta inquietantemente realista a algo muy parecido a una telepatía tecnológica de alta definición.
Un chip tan fino como un papel, apoyado sobre el cerebro
La primera sorpresa de BISC está en su forma. No es un casco, ni una corona metálica, ni un bloque de electrónica. Es un chip de silicio ultrafino, de unos 50 micrómetros de grosor, lo justo para poder doblarse ligeramente y apoyarse sobre la corteza cerebral como una hoja de papel mojado.
En ese trozo mínimo de silicio caben cosas nada pequeñas:
- 65.536 electrodos en una matriz densa de 256×256.
- 1.024 canales de registro simultáneo de actividad cerebral.
- 16.384 canales de estimulación (para enviar impulsos de vuelta al cerebro).
- Todo el sistema de radio, gestión de energía y conversión de datos… dentro del propio chip.
En lugar de perforar el tejido con agujas, BISC se coloca en el espacio entre el cráneo y el cerebro, captando con altísima resolución los campos eléctricos en la superficie de la corteza. Es lo que se conoce como micro-electrocorticografía (µECoG), pero llevada al extremo de la miniaturización.
Un “Wi-Fi del cerebro” con ancho de banda de vídeo 4K
Lo segundo que deja con la boca abierta es la velocidad de conexión.
El sistema completo funciona así:
- El chip BISC se apoya sobre el cerebro y recoge la actividad eléctrica de miles de puntos a la vez.
- Envía esos datos de forma inalámbrica a una pequeña estación externa (por ejemplo, en una banda o casco), mediante un enlace de radio de ultra banda ancha.
- Esa estación actúa como “repetidor” y se conecta por Wi-Fi a un ordenador o a un sistema de inteligencia artificial.
La clave: el enlace entre el chip y la estación puede alcanzar unos 100 Mbps de ancho de banda. A efectos prácticos, eso permite “hacer streaming del cerebro” a una velocidad comparable a un vídeo 4K comprimido.
No es que veamos una película en la pantalla con lo que ocurre en tu cabeza, pero sí se puede enviar suficiente información como para que algoritmos de IA reconstruyan con bastante fidelidad:
- Qué está viendo el sujeto (patrones visuales, movimiento de estímulos, ubicación de puntos).
- Qué está intentando hacer (alcanzar un objeto, mover una extremidad).
- Y, en el futuro, quizá estados más complejos ligados a lenguaje, memoria o planificación.
Por eso algunos investigadores hablan de un “portal de alta velocidad entre el cerebro y la IA”.
¿Para qué sirve realmente? Más allá del titular de “telepatía”
Detrás del asombro hay objetivos muy concretos y, de momento, bastante terrenales. Entre las aplicaciones que los propios autores mencionan:
- Epilepsia resistente a fármacos
BISC podría registrar con altísima resolución dónde se originan las crisis, anticiparlas y, en combinación con estimulación, intervenir justo a tiempo para disminuir su intensidad o evitarlas. - Parálisis por lesión medular, ELA o ictus
Si el cerebro “sigue queriendo” mover brazos o piernas, pero la señal no llega a los músculos, una interfaz de este tipo puede decodificar la intención de movimiento y usarla para controlar un exoesqueleto, un brazo robótico o interfaces digitales. - Pérdida de visión
Al trabajar sobre corteza visual y combinarse con modelos de IA, se abre la puerta a prótesis visuales más ricas, capaces de interpretar y recrear patrones mejor que las tecnologías actuales. - Neuroprótesis del habla
Estudios recientes ya han logrado reconstruir palabras y frases a partir de señales cerebrales. Un sistema con tantos electrodos y tanto ancho de banda podría mejorar la precisión y naturalidad de esas “voces artificiales” para personas que no pueden hablar.
Hoy, BISC no se implanta en humanos de forma crónica. Los estudios directos en personas, por ahora, se centran en registros de muy corta duración durante cirugías ya necesarias por otros motivos médicos. Pero el objetivo declarado es avanzar hacia usos terapéuticos más estables.
Cerdos, monos y mucha ingeniería detrás
Antes de llegar a quirófanos humanos, BISC se ha probado en:
- Cerdos, durante unas dos semanas, para comprobar la estabilidad del implante, la calidad de señal y la respuesta del tejido.
- Primates no humanos, con implantes sobre corteza motora y visual, durante periodos de varios meses.
Los experimentos muestran que el chip puede registrar actividad neuronal de alta resolución de forma estable y sin cables que atraviesen el cráneo, ni electrodos que penetren el tejido.
Detrás hay una combinación de disciplinas poco habitual:
- Microelectrónica avanzada (el chip se fabrica con procesos similares a los de la industria de semiconductores).
- Neurociencia computacional (modelos de IA entrenados con los datos neuronales).
- Neurocirugía y medicina (técnicas para implantar el dispositivo de forma segura).
Parte del equipo ha creado una startup, Kampto Neurotech, para desarrollar versiones comerciales del sistema orientadas primero a investigación y más adelante a uso clínico. El proyecto cuenta, además, con financiación de agencias como DARPA y los NIH estadounidenses, lo que indica el interés estratégico en este tipo de tecnología.
¿Nos van a leer la mente? Lo que sí y lo que no
La pregunta que se hace cualquier mente curiosa es inevitable:
“¿Esto significa que podrán leer lo que pienso?”
A día de hoy, la respuesta honesta es no, al menos no en el sentido cotidiano de “saber tu opinión política o tu recuerdo favorito de la infancia”.
Lo que BISC capta son patrones eléctricos muy detallados, y lo que la IA hace es aprender correlaciones entre esos patrones y cosas observables: una imagen mostrada en una pantalla, un movimiento que se intenta realizar, una palabra que el paciente trata de pronunciar.
Con mucha práctica, muchos datos y modelos cada vez más potentes, es razonable pensar que podrá reconstruirse información cada vez más rica sobre:
- lo que percibimos,
- lo que intentamos hacer,
- e incluso ciertos contenidos internos.
Y ahí aparecen cuestiones de fondo:
- ¿Quién controla los datos neuronales?
- ¿Cómo se protege la privacidad de algo tan íntimo como la actividad del cerebro?
- ¿Deberían existir “neuroderechos” específicos para limitar usos comerciales o de vigilancia?
La tecnología está aún en fase temprana, pero avances como BISC hacen que estas preguntas dejen de ser un juego intelectual y se conviertan en un debate urgente.
Curiosidad, cautela y futuro
Para las mentes curiosas, BISC es una demostración fascinante de hasta dónde puede llegar la ingeniería cuando se cruza con la neurociencia y la inteligencia artificial:
- Un chip del grosor de un pelo,
- con decenas de miles de electrodos,
- capaz de enviar datos del cerebro a la velocidad de un vídeo en alta definición,
- y con potencial para devolver funciones perdidas a personas con enfermedades neurológicas graves.
No es (todavía) el “casco de telepatía” de la ciencia ficción, pero sí un paso gigantesco hacia interfaces cerebro–máquina mucho más naturales y potentes.
La pregunta ya no es solo qué puede hacer esta tecnología, sino qué queremos que haga y bajo qué reglas. Y ahí, la curiosidad será tan importante como la prudencia. Porque por primera vez, la idea de “conectarse a la nube con la mente” empieza a tener pies —y electrodos— en la tierra.
Referencia: Revista cloud, Javi López en X, nature y engineering Columbia
