Desde la Revolución Industrial, iniciada a finales del siglo XVIII, el proceso de manufactura, embalaje y distribución se ha ido sofisticando de tal forma, que productos de laborioso montaje se terminan y llegan al público en un tiempo asombroso. Y eso se debe a la cadena de montaje y fabricación en serie. Pero no todos los fabricantes eran partidarios de instalar tales cadenas, incluso muchos preferían el método artesanal (todavía quedan algunos), hasta que llegó Henry Ford, y mediante su cadena de montaje para la fabricación de vehículos, demostró una rentabilidad y rapidez sin precedentes, convirtiéndose en poco tiempo en el mayor fabricante de coches del mundo.
En este siglo que ha transcurrido desde aquella primera cadena de montaje, los cambios en materiales y tecnología no han parado de sucederse, tanto en el producto como en la misma fabricación, hasta el punto de que la robótica le ha arrebatado todo el protagonismo de precisión al ojo y a la mano del ser humano. Cada pieza pasa un control de calidad y resistencia, y no sólo en el mundo del automóvil. Se fabrica en cadena prácticamente todo lo que nos rodea: electrodomésticos, colchones, muebles, relojes, etc., y todo ello se lo debemos en gran parte a este fabricante pionero que comenzó su aventura hace más de 100 años en la ciudad de Detroit (EE.UU.).