El 12 de noviembre de 1970, la División de Carreteras de Oregón, en una decisión consultada con la Marina de EE.UU., optó por una solución inusual para deshacerse de un cadáver de ballena: hacerlo explotar con media tonelada de dinamita. Este insólito evento se convirtió en uno de los momentos más extraños y recordados en la gestión de animales varados.
La ballena, un enorme cetáceo de aproximadamente 14 metros, había quedado varada en la costa de Oregón. Su tamaño y peso, sumado al avanzado estado de descomposición, planteaban un desafío significativo para su remoción. La decisión de usar explosivos, aunque parecía lógica para los responsables en ese momento, tuvo consecuencias inesperadas y algo cómicas.
La explosión fue tan potente que pedazos de grasa y carne de ballena se esparcieron en un radio de más de 400 metros. Un trozo de cinco pies (aproximadamente 1.5 metros) impactó directamente en un Oldsmobile nuevo, propiedad de Walter Umenhofer. Curiosamente, Umenhofer había adquirido el vehículo en una promoción denominada «una ballena de trato». El daño físico y el olor que impregnó el coche fueron tan severos que la compañía de seguros cubrió el valor total de venta del Oldsmobile.
El evento no solo causó un desastre físico, sino que también se convirtió en un clásico segmento televisivo, recordado por su peculiaridad y los resultados tan inesperados. La explosión de la ballena de Oregón es un ejemplo de cómo las soluciones improvisadas a problemas inusuales pueden tener resultados impredecibles y destacados, convirtiéndose en una anécdota histórica que trasciende por su absurdo y su singularidad.
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