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La Historia más socarrona de Nieves Concostrina

 

Me encanta escuchar la radio, me hace compañía, me informa, me divierte, me sirve de reloj, me tiene actualizada, me culturiza y además no me impide realizar otras tareas.

Como veís es un elemento perfecto de comunicación, hace poco descubrí a una periodista que me tiene encanatada con su sección «El acabose» en el programa de los fines de semana de RNE.

Ella es Nieves Concostrina y tiene una forma de contar la historia que me parto escuchándola.

En un principio pensé que sería una historiadora con un gran sentido del humor que pretendía hacer llegar la historia a través de un tono desenfadado y socarrón.

Pero resulta que no, que es periodista y ha trabajado en las secciones de cultura, televisión, política, economía, opinión y edición, vamos una mujer todoterreno.

Los fines de semana cuando me llevo de paseo a mi perrita, me enchufo los auriculares y espero a que llegue la hora de escuchar su sección, más o menos a las 11:00, después del informativo y siempre me saca una risotada y una constante sonrisa durante el breve tiempo que dura.

Son expresiones típicas de ella «la palmo», «como sería la que allí se montó», «el cabreo de Lutero», «mira que les gustaba a la Inquisición un Acto de Fe».

Como ella, no entiendo el porqué algunas asignaturas deben hacerlas tan aburridas, rígidas y nada atractivas. Como nuestro malogrado Cebrian, o Carlos Canales y Jesús Callejo, en el programa de radio de La Rosa de los Vientos, me hace disfrutar de la Historia sin hacerla dogmática y antipática.

Ayer me he comprado uno de sus libros, «menudas historias de la Historia» anécdotas, despropósitos, algaradas y mamarrachadas de la humanidad con el que pienso pasármelo tan bien como cuando la espero los fines de semana.

Para daros un adelanto os contaré un poquito de una de sus historias y su mágica forma de narrarlas, lo que no os puedo transmitir es el tono socarrón de su voz y las ocurrencias que tiene pero bien os podreís hacer una idea.

Eiffel, una torre mal querida.

«Menudo disgustos tenían los parisinos de finales del siglo XIX. Un ingeniero vanguardista llamado Gustavo les estaba construyendo en la ciudad una torre de hierro enorme, horrible y que no servía para nada,…El único consuelo que les quedaba es que aquella torre,…iba a ser desmontada en cuanto terminara la Exposición Universal de París… la Torre Eiffel podía estar plantada en Barcelona… peo los responsables del ayuntamiento barcelonés dijeron que aquello era muy caro, muy raro y que no encajaba en la ciudad…París dijo que bueno, que la hiciera, pero que luego la desmontara porque tampoco pegaba con la fina estética parisina. Y la torre comenzó a crecer , y los parisinos cada vez más espeluznado, y los artistas franceses con los pelos de punta…¡Qué horror de monumento!»

 

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