Una de las conductas más inverosímiles y a la vez lógicas que podemos ver en el mundo de las aves, es la relacionada a la migración estacional. Largos trayectos, todos juntos o parcialmente y varios factores claros, hacen que sean travesías largas pero totalmente lógicas.
Los 2 factores a los que nos referimos, serían sin duda, el frío y la falta de alimento, de esta manera, se ven «forzados» a buscar nuevos lares donde el clima sea algo más estable y sobre todo, les surta de una cantidad de alimento considerable para la subsistencia durante los próximos meses.
Pero todo así de rápido se ve demasiado fácil y nos podríamos preguntar: ¿cómo saben cuando deben desplazarse? o ¿cómo se guían a través de tan largas travesías?, pues bien, aunque no ahondaremos muy detalladamente en todos los factores, lo realizaremos a groso modo. Para empezar, las aves disponen de 2 relojes biológicos, el diario y el anual. En el primero les indica temperatura y fases de luz, mientras que el anual les alerta del momento propicio de apareamiento, cuándo mudar su plumaje y por supuesto, el tema que nos centra esta entrada, la migración.
Las principales migraciones que se realizan pueden ser totales o parciales. En la primera de ellas, todo los miembros de una especie se desplazan desde el hemisferio Norte al Sur mientras que en la migración parcial, solamente algunos de ellos son lo que se desplazan, quedándose otros en el lugar de partida. Aunque también podemos encontrar desplazamiento que conlleven miles de millas, mientras que algunas de las rutas son de apenas un poco kilómetros desde el punto de salida.
Por último, y otras de las claves que consiguen que la migración se lleve a cabo con éxito son la forma en que se orientan para llegar al destino, donde además de la vista y el olfato, también suelen tomar como referencia los campos geomagnéticos de la tierra además de guiarse por las estrellas. Por supuesto, con tantos años de traslados, un punto genético también está presente en cada una de las especies migratorias.