La zarza ardiendo que encontraron los originarios mexicas en su peregrinar de ochenta años y que les indicó que habían encontrado la tierra prometida.
Hay historias que aun me dejan perpleja, como me gustaría saber de casi todo ¡dios!, pero me tengo que conformar con ir averiguando cosas poco a poco, algunas, que seguro, sabéis más de uno pero que igual que yo muchos otros no hayamos oído nunca, como la de la zarza de los mexicas.
Esta leyenda la conocemos gracias al fraile Diego Duran y el libro que dejó escrito, Historia de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme, escrito a raíz de la colonización española.
Cuenta en dicho libro como viéndose el emperador Moctezuma en la plenitud de sus riquezas y glorias, se creyó poco menos que un dios.
Los magos o sacerdotes del reino, mucho más sabios que él y más ricos, puesto que dominaban todos sus deseos inferiores tuvieron que indicarle:
-¡Oh, nuestro rey y señor! No te envanezcas por nada de cuanto obedece a tus órdenes.
Tus antepasados, los emperadores que tú crees muertos, te superan allá en su mundo tanto como la luz del Sol supera a la de cualquier luciérnaga…
El emperador Moctezuma, con más curiosidad aún que orgullo, deseó saber sobre aquel lugar donde aún permanecían vivos sus antepasados y determinó enviar una embajada cargada de presentes a la Tierra de sus mayores, o sea la bendita Mansión del Amanecer.
Para realizar semejante misión hizo llamar a su ministro Tlacaelel ordenandole que hiciera los preparativos pertinentes.
Tlacaelel respondió:
-Poderoso Señor, no debes ignorar, que lo que con tanta decisión has determinado, no es cosa de mera fuerza, ni de destreza o valentía, ni de aparato alguno de guerra, ni de astuta política, sino cosa de brujas y de encantadores.
Aquella Tierra de sus mayores era una prodigiosísimo lugar donde se disfrutaba de la paz y del descanso, donde todo era feliz, más feliz que en el más hermoso de los sueños, y donde se podía vivir siglos y siglos sin volverse viejos ni saber lo que eran enfermedades, fatigas ni dolores.
Cuando aquellos antepasados salieron de la Mansión del Amanecer, todo se les volvió espinas y abrojos; las hierbas les pinchaban; las piedras les herían; los árboles del camino se les tornaron duros, espinosos e infecundos.
Todo se conjuraba contra ellos para que no pudieran retornar, y así cumpliesen su misión en este nuestro mundo.
Fue una dura y larga peregrinación de 80 años, hasta las lagunas de México, en las que vieron el prodigio del tunal o zarza ardiendo indicándoles que habían llegado al lugar donde se establecerían.
Continuó diciendo:
-Busca, pues, Señor, como remedio único contra tamaños imposibles a esa gente sabia que te digo, que ellos, por sus artes mágicas, podrán ir hasta allá trayéndote luego las nuevas que nos son precisas acerca de semejante región.
¡Impresionante!, que paralelismos guarda esta historia con la salida del paraiso de Adan y Eva, la peregrinación de Moises durante 40 años y la zarza ardiendo para indicar un hecho de suma importancia.
Mario Roso, escritor y teosofo del siglo pasado deja este comentario en su libro » El libro que mata a la muerte»
«Este prodigio que, como es sabido, señaló a los errantes mexicanos el término de su fatigosa peregrinación de ochenta años por toda clase de lugares, y la llegada a la tierra prometida, es una de las mil concordancias míticas que median entre el pueblo mexicano y el hebreo, concordancias que no hubieron de pasar inadvertidas para historiadores tan sensatos como los Padres Diego Durán, José de Acosta y otros.»