De su origen en la carrera armamentística de los años 50 a su consagración como herramienta indispensable en millones de hogares, la historia de WD-40 es una lección de ingenio, versatilidad y marketing sin artificios.
En el corazón de la Guerra Fría, mientras Estados Unidos invertía miles de millones en tecnología armamentística, un pequeño grupo de ingenieros de una desconocida empresa californiana —Rocket Chemical Company— desarrollaba en 1953 una solución para un problema tan sencillo como crítico: cómo evitar que los misiles Atlas se oxidaran antes de despegar.
Tras 39 intentos fallidos, dieron con la fórmula perfecta: un compuesto capaz de desplazar la humedad de las superficies metálicas y protegerlas de la corrosión. Lo llamaron WD-40, acrónimo de Water Displacement, attempt number 40. No era un nombre comercial pensado para conquistar al consumidor, pero el tiempo lo convertiría en leyenda.
De secreto militar a estrella de ferretería
Durante cinco años, WD-40 se utilizó exclusivamente en aplicaciones industriales y aeronáuticas. Pero en 1958, animados por el entusiasmo de empleados y mecánicos, decidieron venderlo al público general. Empezaron en pequeñas ferreterías, con ventas puerta a puerta. Y sucedió lo inesperado: los clientes no dejaban de recomendarlo.
En 1961, la marca vivió su primer gran espaldarazo mediático: un vendedor en Florida utilizó WD-40 para proteger su mercancía de un huracán. La historia salió en prensa y catapultó el producto. A partir de ahí, pasó de nicho técnico a objeto de culto en talleres, garajes, fábricas y hogares.
WD-40 y la conquista del cielo… comercial
En los años 60 y 70, WD-40 se expandió como una mancha de aceite (literalmente). Aerolíneas como Delta y United Airlines lo incorporaron al mantenimiento de sus aviones. En 1973, la empresa —rebautizada WD-40 Company— salió a bolsa, ya con presencia internacional y beneficios multimillonarios. Hoy en día, WD-40 cotiza en el NASDAQ y continúa fabricando el producto en San Diego.
No es lubricante… pero nadie lo cuestiona
Uno de los grandes mitos en torno a WD-40 es que se trata de un lubricante. En realidad, su función principal es desplazar la humedad y dejar una fina película anticorrosiva. Aunque puede actuar como lubricante temporal, no está pensado para engrase prolongado. Aun así, su efecto es tan inmediato y útil en tantas situaciones que millones de personas lo usan para todo: puertas que chirrían, motores gripados, herramientas bloqueadas o mecanismos atascados.
Y es que, aunque sus usos oficiales incluyen limpieza, protección, desbloqueo y desplazamiento de humedad, la marca afirma que existen más de 2.000 usos registrados. Entre ellos: eliminar manchas de lápiz labial, quitar restos de pegamento, proteger contactos eléctricos, limpiar óxido de bicicletas, o incluso proteger la Estatua de la Libertad de la corrosión del mar.
WD-40 en cifras
- Año de invención: 1953
- Primer lanzamiento comercial: 1958
- Salida a bolsa: 1973
- Presencia internacional: más de 160 países
- Número de usos registrados: más de 2.000
- Lugares de fabricación: EE. UU., Reino Unido y Australia
- Fórmula: secreta, nunca patentada (para evitar imitaciones)
La fórmula del éxito… y del misterio

A diferencia de otros productos, WD-40 nunca fue patentado. La razón: si se hubiera registrado, la fórmula química se habría hecho pública. En su lugar, WD-40 Company optó por protegerla como secreto industrial, y hasta hoy sigue siendo uno de los secretos mejor guardados del sector químico. Solo un puñado de empleados conoce la receta exacta.
Un producto, miles de historias
WD-40 ha sido testigo de mil anécdotas. Desde bomberos que lo usan para liberar atrapados, hasta coleccionistas de pianos que lo emplean para limpiar mecanismos. Ha sido parte de kits de emergencia del ejército, de las cajas de herramientas de los astronautas del Transbordador Espacial, y hasta de operaciones de rescate tras huracanes.
También se ha mantenido vigente en la era digital, gracias a campañas como “¿Cuál es tu uso más raro de WD-40?”, que aún hoy siguen recibiendo cartas físicas en la sede de San Diego.
Reflexión final: cuando la sencillez triunfa
WD-40 no tiene un diseño de envase revolucionario. No ha cambiado de fórmula. No ha invertido millones en campañas globales. Pero ha conquistado el planeta. ¿Cómo? Con una premisa sencilla: ser útil. Ser fiable. Y cumplir una función sin adornos.
En una época donde lo digital y lo complejo reinan, WD-40 es un recordatorio de que la innovación real puede ser invisible, casi mágica, y aún así transformar el mundo.
Y pensar que todo comenzó protegiendo un misil.